Brasil 1 Venezuela 1: un punto para alimentar la incredulidad

1.- El paso del tiempo, la vida, no es más que la acumulación de recuerdos y vivencias. A ellos recurrimos cada vez que se presenta un escenario similar a lo que compone nuestro bagaje emocional. Por ello es tan común que, minuto tras minuto, nos transformemos en seres más selectivos, menos tolerantes y hasta incrédulos. En los tiempos que vivimos, aquellos en los que importa más estar que ser, todo esto que aquí se narra constituye una enorme tentación para aparentar sabiduría y, al mismo tiempo, presentarnos ante el mundo como poseedores de un equilibrio emocional que en realidad no es tal. Por ello, ante cualquier evento que desafíe nuestra manera de entender algún proceso, nos rebelamos, levantamos la voz y asumimos el papel de aguafiestas, todo con tal de mantener una estúpida prudencia que evita cualquier acercamiento emocional con el fenómeno que recién terminó.

2.- Jugar al fútbol es comprometerse. Con los compañeros, con el objetivo en común, con el contexto y con todo aquello que demande la reorganización natural de un enfrentamiento directo. Comprometerse, como bien escribió el periodista español Kike Marín, genera renuncias. ¿A qué renuncia un futbolista? Al más fuerte de los instintos del individuo: su individualidad. Esta abdicación es la más contundente prueba de que el ser humano es un ser social, habilitado para aceptar y ejecutar todo aquello que le posibilite la vida en sociedad. Pertenecer a un equipo, versión mínima del aspecto comunitario y cooperativista de nuestra especie, requiere, según la estrategia y los aconteceres del partido, que cada futbolista deje de lado esos impulsos en favor de un brillo superior al particular.

3.- El ser humano futbolista no es un robot cuyo único fin es el cumplimiento de órdenes. Su razón de ser es jugar una actividad que es colectiva. Por ello, mucho de lo que se ve en el campo es el producto de la aceptación de un objetivo común que lo concilia con sus compañeros y del desprendimiento necesario para colaborar y asistir a quien viste la misma camiseta. 

4.- Un ejemplo de esto fueron los apoyos que recibieron Alexander González y Christian Makoun ante Brasil. En ambos casos, los laterales venezolanos, gracias a la identificación de las virtudes de Brasil cuando éste atacaba, encontraron las ayudas suficientes para desarticular esos avances. Esos refuerzos, además de cumplir con ese objetivo inicial, tienen otro efecto: hacer que la labor del compañero sea algo colectivo y no individual, lo que ayuda a que ese socio cumpla con su tarea, es decir, que tenga brillo propio. Los apoyos son un acto de colaboración que jamás deben pasar desapercibidos; estos se pueden entrenar mil veces, pero si no se sienten naturales, será imposible ejecutarlos tal cual se vio en Cuiabá.

5.- Fernando Batista y su cuerpo técnico reconocieron que esta versión de Brasil recuesta sus avances por las bandas, descuidando así la incidencia de sus centrocampistas. Una vez que recupera el balón, la construcción de juego va dirigida hacia esa zona del campo, promoviendo esa pequeña sociedad integrada por Neymar Jr., y Vinicius Jr.. No obstante, cuando éstos no pudieron avanzar, la fluidez dejó de ser la misma; el juego interior de Brasil no posee futbolistas especializados para mantener una rápida circulación de la pelota o para enviar un pase que rompa las líneas defensivas. Desde hace unos años, la selección amazónica ha olvidado aquello de que para ser fuertes en los costados es necesario un juego potente en el centro, y viceversa. Venezuela lo identificó y supo restarle peligro a las intenciones del local.

6.- El equipo criollo pudo llevar a cabo una de los principios de su entrenador: ser un bloque corto, que no superase los cuarenta metros. Además de defenderse sin dejar espacios al rival, cuando recuperaba el balón, la Vinotinto aguantó la tiranía de la inmediatez: no se excedió en los pases largos sino que avanzó manteniendo esas distancias de relación. En esto fueron determinantes Tomás Rincón y Yangel Herrera, quienes sostuvieron la estructura, incluso turnándose para presionar o incomodar a aquel que intentara conducir por el centro del campo, haciendo aún más necesaria la búsqueda brasileña del juego por las bandas.

7.- El empate ante Brasil deja un punto en el casillero. Sin embargo, su impacto anímico y futbolístico no se puede medir. El simple hecho de que la selección venezolana haya podido competir, sin limitar las capacidades de sus futbolistas, constituye una victoria sobre todos aquellos que proponen el temor, disfrazado de realismo, como vía única hacia la consecución de las metas. Batista eligió una estrategia cuyos pilares fueron las capacidades de sus jugadores. No fue contra natura, ya que su plan no limitaba las cualidades de los jugadores elegidos. Por el contrario, lo hecho por los futbolistas invita a pensar que los acompañó en eso que se llama la optimización del jugador. Consecuencia de esto es que los valores más resaltables del duelo ante los brasileños fueron la solidaridad, el cooperativismo y, sobre todo, la fortaleza anímica necesaria para no desistir tras el gol de los locales.

8.- Tras la victoria argentina en el Mundial de Catar 2022, el escritor y pensador argentino Alejandro Dolina, hizo una hermosa reflexión sobre el fútbol y su capacidad para regalar algo de felicidad. Parte de aquella consideración decía lo siguiente:

El amigo (Samuel) Coleridge decía que: “Para disfrutar el fenómeno artístico había que tener fe poética y suspender la incredulidad”. Entonces, cuando vos ibas al teatro no decías: ‘No, no, en realidad este señor no se ha muerto, porque es un actor, no es el Rey de Dinamarca… es un actor y en realidad está vivo, y cuando termine la obra, van a ir todos a la esquina a comer pizza’. Entonces, tienes que suspender la incredulidad, tienes que creértelo, aunque sea por un ratito.

Cuando vas al cine, sabes que son fotografías, que en realidad ni siquiera de mueven, que la retina, etc. etc. Coleridge decía: “hay que suspender la incredulidad, cuando uno va al cine, cuando uno lee poesía” y yo agrego, cuando uno va a ver un partido de fútbol.

Hay que suspender la incredulidad y entonces entregarse a la fe poética, que consiste en creer que un gol de Messi, nos va a mejorar la vida, y en la medida que lo creamos, un poco la va a mejorar”.

Ante Brasil, y con toda la razón del mundo, el fútbol de la selección venezolana, el gol de Eduard Bello y las muestras de vocación competitiva de todo el equipo nos permitieron suspender esa incredulidad y celebrar, sí, por qué no, celebrar que ese punto es mucho más que lo reflejado en la tabla de posiciones.