Naufragio catarí: Día 20

No les gusta el fútbol. Es así y no vale la pena que lo disfruten. Son tipos que, además de despreciar el juego, desconocen las intimidades de este bello deporte. Por ello proponen batallas imaginarias en las que colocan tierra y minas para constituir sus propias tribus. Como toda materia que derive en fanatismo, se necesitan esos enfrentamientos ficticios, no para que la actividad se mantenga presente, sino para darle de comer a fariseos y chupasangres. Así construyen carrera y curriculum, siendo serviles a las tribunas que ya no son medios de comunicación sino juguetes de otros más desalmados que los chufleteros mediáticos. ¿A quién le importa que todo esto haya derivado en lo más vulgar de la industria del entretenimiento? Todo vale y todo suma en pos de sumar un puntito de audiencia o unos seguidores más. Si las batallas por las diferentes creencias religiosas ha sido una de las mayores causantes de muertes en nuestra historia, imaginen, por un segundo, hacia dónde puede dirigirse esta exposición de fobias, odios y fanatismo que se expulsa, sin vergüenza alguna, en todas las plataformas. Este es el mundo de los verdaderos hijos de puta, aquellos que encontraron en el fútbol la continuación perfecta para darle rienda suelta a la miseria que los define. Nunca fue tan sencillo hacer vida en las corrientes de la indigencia. Y nada como un mundial para que el mundo los reconozca. No hay más máscaras ni maquillaje que logre camuflarlos. Jamás se dieron por enterados que un partido de fútbol no es la patria, pero un Mundial se juega con el deseo de darle un rato de alegría a los semejantes, a los coterráneos, a los paisanos. Todos estos bufones a sueldo de la industria de la estupidez odian al fútbol porque el fútbol no les dio a ellos el lugar al que aspiramos todos los que una vez perseguimos una pelota. Se inventaron roles que les dieran un puñado de minutos de protagonismo, sin embargo, la codicia y la rabia les llevó a anhelar más, hasta el nivel de actuar y pavonearse como si hubiesen marcado un gol en la final del mundo. Ya se sabe, eso que es la conciencia y que nos distingue del resto de animales es un elemento de dos caras que, mal dirigido, conduce a cualquiera a las fronteras que dividen la sensatez de la idiotez. Hoy tocaría hablar de la soberbia actuación de Lionel Messi, de la explosión de Julián Álvarez o de que la selección argentina es un equipo que defiende de manera tan eficaz que los rivales apenas exigen a su arquero. No obstante, es el mundial en el que todas las mentiras han quedado retratadas; la vileza de ciertos espacios mediáticos ya no puede esconderse ni disimularse. Antes de retirarme para revisar nuevamente la fabulosa presentación del equipo de Lionel Scaloni dejo una duda que, con el paso del torneo, me aterroriza cada vez más: ¿qué hace que jóvenes que apenas se inician en el periodismo aspiren a pertenecer al más rancio de los circos?

Esto se llamó naufragio por razones que no vale la pena explicar. Estas líneas hablan por sí solas…