Naufragio catarí: Día 16

-. En el fútbol no existe fórmula alguna que garantice la victoria. Al final, lo que intentan hacer los equipos y los entrenadores es acercarse a ella por medio del estilo que mejor los represente. Se trata de jugar como se es y no como se impone. Sin embargo, el fútbol tiene reglas básicas para acercarse a su comprensión, siendo la primera de ellas el reconocimiento de que esta es una actividad colectiva, de equipo. Esto quedó definido desde el momento en que se consagró el primer cuerpo reglamentario, en 1863, en el que se e hablaba ya de equipos. Más allá de los distintos cambios que ha sufrido, las reglas han cuidado siempre ese espíritu colectivo, por lo que sorprende y horroriza que los mal llamados expertos mantengan la desacertada costumbre de intentar describir equipos con la diabólica frase “conjunto de individualidades”. Un equipo es mucho más que la simple reunión de futbolistas talentosos. Ser equipo requiere de una cultura cooperativista y generosa, en la que cada integrante de ese colectivo acepta que él no es nadie sin sus compañeros, de la misma manera que sus socios no llegaran a nada sin su aporte, y esa contribución no se hace de forma individual sino con el respaldo de esa manta que es el equipo. Un sabio como Carlos Peucelle lo describió a la perfección cuando escribió, en su libro “Fútbol todotiempo e Historia de la ‘Máquina’” que “el buen equipo se da con el acoplamiento de valores dispares que producen un funcionamiento colectivo. Sin acoplamiento no hay equipo. Esto, a veces, se consigue, otras veces se produce por casualidad. Y en otras se hace muy difícil teniendo los mejores jugadores. Todo depende del jugador, del material humano que se coordina”. En la construcción de un equipo hay mucho más que evaluar que las virtudes técnicas de un futbolista que ha brillado en otro equipo, en otro contexto.

-. Así llegamos a Luis Enrique. Todas sus elecciones han sido cuestionadas sin mayor basamento futbolístico. Por ejemplo, la elección de Rodri como defensor central por encima de futbolistas cuyo rol natural es ese. No se ha explorado que el seleccionador español, tras horas de análisis con su staff, pueda haber llegado a la conclusión de que los oponentes intentarían cerrar los caminos de Busquets y que la mejor solución para que esto no fuera tan determinante era alinear al mediocampista del Manchester City sin que partiera desde el medio del campo. Rodri, por cierto, ya había cumplido con esa responsabilidad en su club, algo que pasó desapercibido dada la ignorancia voluntaria de los expertos. Tampoco se pensó en otro razonamiento que parte de la cantidad de atacantes centrales con la que juegan los rivales, lo que permite al conjunto español, en este caso, liberar a un defensor central en fase de construcción de juego para acercarlo a la zona medular y formar una sociedad con el propio Busquets, pero también con los otros volantes. Lo que atañe a un analista es adentrarse en todo aquello que influyó en la toma de una decisión y, posteriormente, definir si el rendimiento estuvo cercano a lo pensado.

-. Ahora bien, ¿cuánto de lo aquí expuesto le importa a la masa si lo que queda, tras la eliminación de España a manos de un gran Marruecos, es la cacería habitual? Los expertos de siempre olieron sangre y ahora van a por todas. Les vale que Luis Enrique se ha hecho streamer; que el entrenador mandó a sus futbolistas a entrenar mil penaltis antes de llegar al mundial, que “enchufó a su yerno”, o que, como le sugirió uno de los iluminados, su equipo no tiró un pelotazo. España no jugó bien porque durante el partido perdió muchas veces la noción de por qué un equipo se pasa la pelota: desordenar al oponente. Ese pasar y pasar requiere una rápida circulación de la pelota y futbolistas que piquen al vacío permanentemente. Sin esto, pasarse la pelota se convierte en el tikitaka que Pep Guardiola definió como una mierda. No basta con la intención sino que ésta debe ser acompañada por la ejecución. Luis Enrique interpretó que eso le faltaba a su equipo e hizo entrar a Williams y Fati, pero no fue suficiente.

-. Esto que aquí se enumera no compone la totalidad de circunstancias por las que España no mostró un juego óptimo. Somos hijos de la linealidad que promueve la relación causa-efecto, lo que nos lleva a definir episodios apoyados en la inmediatez, negando de esta manera la complejidad que describe al andar humano.

-. Mientras algunos se esfuercen en buscarle cómplices de la debacle al entrenador, uno no puede sino volver a insistir en las dinámicas competitivas, un concepto que se lo leí por primera vez al entrenador español Alex Couto. Estas son: “La dinámica competitiva se traduce en los movimientos estratégicos, movimientos que realiza la empresa con el fin de mejorar su posición en el mercado con respecto a sus competidores y que pueden ser defensivos, ofensivos y cooperativos.” Este equipo parece haberse sumergido en un bache con el paso de los partidos y aunque el entrenador intervino haciendo modificaciones, no hubo forma ni manera de recuperar conductas que describían el juego de esta selección. En las derrotas hay responsables, no culpables, porque esto va de tomar decisiones, y quienes en vez de cuestionarlas se dedican a destruir, olvidan algo que escribió otro entrenador y educador, Isaac Guerrero, recordando a Paco Seirul.lo: “como dice Seirul.lo, corregir viene de correcto…y en un deporte como el nuestro, paradigma de la incertidumbre, ¿quién puede decir qué es correcto?” Esto nos lleva a preguntarnos por qué perdió España, cuando en realidad, lo que se apega al espíritu cooperativista y de oposición del juego es identificar qué sucedió en esos 120 minutos en los que Marruecos jugó un enorme partido y España no encontró el camino para imponerse. Si el fútbol es circunstancia, vayamos hasta el epicentro del mismo y no caigamos en el juego destructivo que proponen los bufones de la medianoche.

“No hay umbral que nos haga más grandes que la suma de nuestras partes. No hay punto de inflexión en el que nos volvamos completamente vivos. No podemos definir la conciencia porque la conciencia no existe. Los humanos creen que hay algo especial en la forma en que percibimos el mundo y, sin embargo, vivimos en bucles tan estrechos y cerrados como los anfitriones, rara vez cuestionamos nuestras elecciones, contentos, en su mayor parte, de que nos digan qué hacer a continuación. No, amigo, no te pierdes nada de nada”. Westworld