El fútbol es un juego de espacios. El equipo que ataca desea ampliarlos mientras que el que se defiende busca reducirlos. Aquí entra la regla que da el carácter estratégico a este juego: el fuera de juego. Como cualquier otra herramienta, su empleo acarrea riesgos, ya que con una mínima distracción el equipo atacante quedaría mano a mano contra el arquero. Para superar esta trampa hay muchas maneras, entre las que destacan los pases cruzados a la espalda de los defensores o la construcción del juego interno para luego intentar un pase entre líneas a un futbolista que salga desde posiciones centrales, es decir, de un futbolista que se dirija hacia la zona liberada. Por ende, volvemos a la relación del equipo con la pelota, o más claro, a cómo se reorganiza cuando dispone de ella y a la forma en que lo hace cuando desea recuperarla. El reto de enfrentarse a un equipo que achica el espacio hacia adelante es la reorganización inmediata para adaptarse y superar dicho dispositivo. Este es un proceso que cada equipo aprende y desarrolla con el paso del tiempo, y que se sostiene en los principios propios de su manera de jugar. Posar la mirada en estas circunstancias tiene un enemigo furibundo: la histérica actualidad. Los tiempos de sobredosis de información conspiran en contra de la reflexión que merece cada conducta. Esta es la razón por la que quien gana es venerado hasta el cansancio y quien pierde es apedreado como el peor de los criminales. No hay término medio ya que no hay tiempo para la racionalidad. Pese a esto, es urgente recordar que quienes viven del análisis, o los que se postulan como tales, tienen la obligación de comportarse como médicos forenses y escudriñar en todos los rincones del cadáver que deja un partido, para intentar, solamente pretender, acercarse al conocimiento. De nada vale vociferar que Argentina fue incapaz de superar la estrategia saudí si no explicamos cómo puede batirse ese comportamiento colectivo. Tampoco tiene mayor sentido apelar a la mala suerte. Este es un deporte de oposición directa, en el que se juega contra y con un oponente, por lo que el elemento accidental es uno más de los que participan. Somos, por así decirlo, arqueólogos rumiando en las ruinas de algo que ya es pasado; cazadores de pistas que aclaren por qué pasó lo que pasó, sin el sosiego de aquel explorador para llegar a la luz.
¿Cuál es la responsabilidad del periodismo de fútbol? Lo elemental sería informarse, informar y atenerse exclusivamente a todo aquello que se englobe dentro de lo real. Sin embargo, estos tiempos de consumo perturbado han desterrado las normas fundamentales del oficio para convertirlo en algo desechable, en eso que bien podríamos definir como periodismo de sensaciones. Así es que unos sienten que Benzema o Lukaku se estaban cuidando para llegar al mundial, en perjuicio de los clubes que les pagan el sueldo. La realidad, esa estupidez que tanto incomoda a los aspirantes a notorios, se encargó deponer en su lugar a los promotores de las sensaciones y los pareceres. En un mundo medianamente decente, estos mercaderes de la mierda no tendrían otro espacio distinto al del callejón trasero de un bar. En el nuestro, son requeridos, escuchados y seguidos. Hace tiempo hicieron las paces con aquella vieja noción de darle a la gente lo que esta pide. Hubo un tiempo en que educar a la audiencia era el mayor privilegio para un comunicador. Hoy, pues ya sabemos de qué va esto: todo vale a cambio de aquellos quince minutos de fama que predijo Warhol.
Entrenar para competir o entrenar para ser mejor. La duda me la transmite un amigo cuya sensibilidad le ha convertido en un fabuloso entrenador cuya obsesión es mejorar a sus futbolistas profesionales. Lo hace partiendo del concepto de que entrena seres humanos que hacen de futbolistas. El formato actual imposibilita que los staff técnicos dispongan de la cantidad de horas-entrenamientos suficientes para que sus intervenciones superen al más inmediato episodio competitivo. Pasa en clubes y, por supuesto, en las selecciones nacionales. FIFA y su comité de expertos, entre los que alguna vez Marco van Basten coló la idea de borrar de un plumazo la ley del fuera de juego, no parecen muy ocupados en buscar soluciones al aspecto básico de cualquier disciplina: el aprendizaje. Competir es la realidad del futbolista profesional, sin embargo, es tal la hipertrofia de la industria de partidos y competiciones que el tiempo para la educación es cada vez menor. El mundo de los negocios que tanto denuncia Menotti es quien dicta las reglas; Wenger y su equipo de expertos deberían encontrar algo en sus sesudos análisis que les lleve a cuestionar la manera como conduce este juego la mano que les da de comer. Ser hombre de fútbol es mucho más que vivir del juego.
“Para poder pensar debes arriesgarte a ser ofensivo”. Jordan Peterson