Fútbol: más que gallardía, orgullo y cojones

Los equipos de fútbol son grupos integrados por seres humanos que ejercen de futbolistas. Esto supone que las emociones jueguen un papel determinante en cada duelo. Sin embargo, el fútbol es más que pundonor, orgullo y cojones.

Estos valores, aunque desde las cabinas y los estudios de grabación nos quieran hacer creer lo contrario, no son mesurables ni están sujetos al país de origen. El amor propio, el pundonor o el sentido de pertenencia son de cada quien y cada uno los expresa y vive a su manera. Es una soberana estupidez pretender transferir nuestra manera de sentir hacia los otros; la individualidad de cada ser, aquello que nos distingue de nuestros pares y nos hace únicos e irrepetibles, es total, no selectiva.

La cultura bélica y su lenguaje, transferidos al fútbol por aquello de que éste es “la guerra por otros medios”, instaló estos conceptos propios del combate para argumentar un triunfo o justificar la derrota. Se comunica que hay episodios más dignos que otros, una descripción que discrimina y sugiere que otras presentaciones u otros equipos no lo fueron, es decir, que carecieron de nobleza o decencia. Esta es una demostración más de cómo el lenguaje condiciona todo, incluso nuestra manera de relacionarnos con un hecho deportivo.

El público no es el causante de esta perversión. Basta ya de hacerles responsables del Frankenstein mediático que nosotros hemos creado. Somos los únicos culpables de que no se hable de fútbol y por el contrario, se rescaten estos valores que no describen en su totalidad el desarrollo de un partido o el andar de un equipo en determinada competencia.

Este hablar para ganar adeptos, tan de moda en los tiempos que corren, tiene consecuencias aún más graves que el simple hecho de alimentar el fervor y la euforia: reduce el juego de fútbol al plano emocional, lo que destruye el proceso de comprensión de la actividad y lo transforma en un hecho banal.

Pongamos el ejemplo de la selección venezolana de fútbol. La participación en la Copa América de Brasil del combinado vinotinto fue analizada con pinzas, siempre partiendo de la base de que los futbolistas estaban demostrando un enorme compromiso con su selección. Esto que se dijo en la mayoría de foros no era una exageración –nadie debe olvidar cómo llegaron los futbolistas venezolanos al torneo continental- pero su exagerada promoción, interesada por parte de algunos notorios y oscuros personajes, evitó que se revisaran aspectos de mayor preponderancia futbolística, tales como la evolución del rol de los laterales-carrileros en los cuatro partidos o las deficiencias del plan para ocupar espacios y recuperar el balón, sólo por mencionar apenas un par de ellos.

Esto que aquí se narra no es un comportamiento exclusivo del fútbol venezolano. Basta con repasar espacios radiales y televisivos, así como extensos escritos referidos a la actuación de Argentina, Colombia, España o Italia en sus respectivas competiciones para darse cuenta de que el análisis ya no supone un acto de admiración, sino que se circunscribe a la búsqueda de la aceptación popular.

Trasladémonos a la actuación de la selección española de fútbol durante la Eurocopa de Naciones y pongamos la lupa en los dos primeros partidos del equipo comandado por Luis Enrique, saldados con dos empates.

La identidad de ese equipo se sostuvo en principios futbolísticos idénticos a aquellos que le llevaron hasta las semifinales del torneo. Sin embargo, la falta de eficacia para anotar goles en esos duelos iniciales desató una tormenta según la cual, los malos resultados eran consecuencia de la improvisación, la ausencia de ciertos futbolistas y hasta la ignorancia del seleccionador. Claro que, una vez superada la primera fase, estos mismos altavoces se felicitaron porque ahora la selección sí enganchaba a la gente.

Cuando se intenta analizar un equipo de fútbol dentro de un ecosistema de competición, es necesario partir de determinados principios: la relación con la pelota, cómo se reorganiza para defender y recuperar esa pelota, la generación y ocupación de espacios, la reorganización ante las determinadas emergencias que nacen del duelo y la capacidad de adaptación, porque, no se olvide, el fútbol es un juego de oposición-cooperación, en el que todo lo “planificado” se enfrentará a la realidad natural de este deporte: el equipo rival, el entorno y, cómo si fuera poco, una pelota que no para de moverse.

La conclusión es que el análisis del fútbol representa una tarea mucho más rica y compleja que la simple mención a rasgos bélicos, al patriotismo o a ciertas emociones que todos, léase bien, todos tenemos en nuestro ser.

¿Cómo hemos llegado a este punto en el que quienes se presentan como analistas no hacen más que alimentar las manifestaciones más viscerales y que menor relación tienen con su oficio de conocedores?

En buena medida esto se ha magnificado gracias a la dinámica dominante en las redes sociales. Es tal la velocidad con la que se consumen contenidos que en ellas, si lo que se pretende es sumar adeptos y seguidores, hay que aprender ser parte del sistema, es decir, unirse a la comercialización de la banalidad y la explotación de los sentimientos más primarios del ser humano.

Debo insistir en que el público no es el responsable. El hincha ve un partido de fútbol con la motivación de ver ganar a su equipo; el analista, por otra parte, tiene la obligación de observar, pensar y explicar lo que sucede sin temor a la crítica, por más feroz que esta sea. El análisis no obliga, como se dice, a separarse de las emociones y ser “objetivo”: el ser humano es ante todo sujeto, las emociones son parte de su estructura.

La revisión sí exige poner en práctica un carácter didáctico que despierte la curiosidad en aquellos que escuchan o leen; la euforia del triunfo o la frustración de la derrota es un hecho circunstancial que, una vez superadas, deben acompañarse por manifestaciones que ayuden a la comprensión del fenómeno o del hecho en sí.

Cuando alguien cae enfermo seguramente recibirá de su círculo más cercano una serie de mensajes de apoyo y motivación que alimentarán su esperanza de superar ese trance. No obstante, cuando va al médico lo hace con el anhelo de conocer qué le llevó a contraer esa dolencia y qué tratamiento debe seguir para curarse. Eso que conocemos como diagnóstico no es otra cosa que la tarea y la responsabilidad de quienes analizan el fútbol.

La gallardía, el pundonor y los cojones no son suficientes porque el fútbol, ese juego que decimos adorar, posee comportamientos que hacen real aquella aseveración de Dante Panzeri según la cual, “el fútbol es el más hermoso juego que haya concebido el hombre, y como concepción de juego es la más perfecta introducción al hombre en la lección humana de la vida cooperativista”.

 

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