Comunicar fútbol

Quienes ocupamos algún espacio en los distintos medios de difusión tenemos una responsabilidad al comunicar fútbol: hacerlo a partir del conocimiento de aquello que compone y emerge en cada situación del juego. Es un compromiso con la audiencia pero también con la actividad en la que ejercemos la profesión.

El público reclama que quienes estamos en esa posición sepamos de qué hablamos. Cada razonamiento que expulsamos al mundo debe estar fundamentado en algo más que nuestra propia experiencia o nuestro título de comunicador.

El fútbol, como cualquier otra rama, posee una dinámica propia que obliga a todos aquellos que hacemos vida en él a mantenerle el paso, a actualizarnos, a desafiar los conceptos que creíamos sólidos como una roca. En el fútbol, la verdad de hoy probablemente sea la mentira de mañana.

Hay muchos ejemplos sobre lo que estas líneas narran pero para no aburrir, he elegido centrarme en eso que son las superioridades.

Una superioridad es la “preeminencia, excelencia o ventaja de alguien o algo respecto de otra persona o cosa”. En el fútbol, según los estudios de Francisco Seirul.lo, Joan Vilà y otros especialistas, éstas son cuatro: la numérica, la posicional, la cualitativa y la socio-afectiva.

La superioridad numérica se logra cuando, en determinada zona del campo, un equipo ubica una mayor cantidad de futbolistas que su oponente. Esta es la que se identifica con mayor facilidad y, lamentablemente, aquella que concentra más atención en los medios de comunicación. Este tipo de superioridad tiene su importancia pero, como se puede comprender tras conocer las otras superioridades, no es tan determinante cómo se pretende hacer creer.

La superioridad posicional se refiere, como su nombre lo dice, al posicionamiento óptimo de los futbolistas. Este es óptimo cuando se adapta a la circunstancia del juego en función de las necesidades del equipo. Por ejemplo: el juego de un “falso 9” genera esta superioridad siempre y cuando sus movimientos permitan modificar el accionar de los defensores centrales rivales hasta sumirlos en la duda. Otro caso se observa en el dominio del centro del campo que logra un equipo que juega con tres volantes frente a otro que lo hace con cuatro o cinco mediocampistas. Podría pensarse que aquel que acumula más jugadores en esa zona dominará ese espacio (superioridad numérica), sin embargo, el posicionamiento inmejorable de aquellos que aparentan estar en inferioridad cuantitativa les permite estar en ventaja frente a sus oponentes. Esta superioridad se obtiene por medio de la comprensión, que no lectura, de cada circunstancia que el juego demanda.

La superioridad cualitativa es aquella que está relacionada con las aptitudes individuales de cada jugador. Por ejemplo: Lionel Messi se enfrenta a un determinado defensor y en ese duelo se identifica que el jugador argentino tiene mayores probabilidades de triunfar dadas sus condiciones propias e inherentes a su ser.

Por último, la superioridad socio-afectiva es aquella que responde a la afinidad, a la complicidad, a la relación existente entre determinados futbolistas, lo que les permite conectar de una manera más fuerte debido a esos lazos emocionales que les unen. Pequeñas sociedades (Menotti dixit) como Messi-Jordi Alba, Maradona-Caniggia, Pelé-Coutinho o Di Stéfano-Puskás, son ejemplo de lo que genera esta superioridad socio-afectiva.

Ahora bien, el estudio de este detalle del juego llamado superioridades -apenas una de las tantas circunstancias que se dan en este maravilloso deporte- trae consigo el mayor reto que tenemos aquellos que comunicamos fútbol: explicarlo de forma sencilla para no abrumar al espectador. La labor que tenemos es titánica ya que, al igual que los entrenadores frente a sus futbolistas, debemos guiar a quienes nos escuchan hacia la comprensión de estos conceptos.

El público, cada vez más exigente, requiere una explicación y una contextualización de aquello que sucede en un campo, más allá de valores como la gallardía o el pundonor. A esa gente nos debemos. También al fútbol, sobre todo si deseamos que el “juego de juegos” (Seirul.lo dixit) siga siendo eso, un juego, y no pase a engrosar las listas de fenómenos populares que perdieron su atractivo gracias a la hipertrofia a la que le someten quienes únicamente lo utilizan para sumar ceros en su cuenta bancaria.

Si repetimos hasta el cansancio aquello de que el fútbol ha cambiado, ¿por qué no cambiar nuestra forma de comunicar fútbol?

 

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