¿Qué nos asombra más, la aparente novedad de algunas conductas o la individualidad del ser humano en la reproducción y puesta en escena de las mismas? Lo que no dicen los esquemas es que cada conducta, dentro de un terreno de juego, tiene mucho de individual y el ser humano es un ente único e irrepetible.
Me explico: sobre el “Equipo de Oro” húngaro se ha escrito mucho. Quienes deseen entrar en las páginas de los libros encontrarán que aquella selección mostró unos postulados futbolísticos muy definidos sin que su juego fuese un producto acabado, rígido o inalterable. Juan Manuel Lillo sostiene que “al fútbol se juega desde el puesto y no en el puesto“, confirmando que las posiciones más que describir limitan
Alex Couto, en su libro “Los estrategas que han cambido la historia”, relata la goleada húngara a Turquía, un gol por siete, en la semifinal de los Juegos Olímpicos de Helsinski 1952. En su narración se lee:
“Completaron la goleada Palotás, Bozsik y el defensa lateral izquierdo Lantos, quien en una de sus habituales subidas supo culminar la acción y elevar al macador una aportación que por costumbre se convertiría en habitual”. (Fúbol total. Los estrategas que han cambido la historia. Pág. 79).
Es harto difícil afirmar que la conducta del lateral húngaro constituyese una novedad. No obstante, siendo el fútbol un juego cuyo reglamento establece que vencerá aquel que marque un tanto más, es probable que Lantos no haya sido el primero en ejecutar ese tipo de acciones. Aún así, la evolución de los esquemas posicionales, así como la importancia que le han dado desde algunas tribunas, sugiere que lateral húngaro efectivamente fue uno de los intérpretes de ese rol que marcaron el camino, gracias a sus cualidades innatas y, como no, al atrevimiento y la visión de Gustav Sebes, el director de aquella incomparable orquesta.
El paso del tiempo ha confirmado la influencia de los laterales en la construcción de juego. Brasil, por ejemplo, ha sido el país que más ha sacado provecho de ellos en los últimos años. Ahí están Carlos Alberto, Nelsinho, Roberto Carlos, Branco, Jorginho, Cafú y Dani Alves, sólo para nombrar a los más reconocidos, como prueba irrefutable de ello. No es casual que el país amazónico haya sido uno de las escuelas futbolísticas más “tocadas” por el legado de los entrenadores húngaros que llegaron al continente americano a finales de la primera mitad de siglo XX.
Ahora bien, aunque los jugadores mencionados anteriormente hayan sido fieles representantes y continuadores de una idea, esto no significa que su jugar fuese idéntico. No se olvide nunca: cada uno es siempre según sus características, sus relaciones y sus oposiciones.
Para adentrarse en las profundidades del fútbol hay que rendirse ante una de las más potentes evidencias que éste nos enseña: los roles son unos en la pizarra mientras que el individuo, en el campo, es mucho más que eso. Aceptar que el futbolista es un ser humano que cumple con el oficio de futbolista es el primer paso hacia la comprensión de este juego de juegos (Paco Seirul•lo dixit).
Cafú y Dani Alves interpretaron los requerimientos de ese rol, siempre en consonancia con los compañeros, los rivales y las circunstancias. Este ejemplo no hace más que confirmar que detrás de cada referencia al esquema posicional inicial no hay más que pereza o temor. Sí, miedo a reconocer que este es un juego humano, demasiado humano, en el que son pocas las verdades absolutas.
¿1-4-3-3? Mejor hablemos de futbolistas, que como afirma Lillo, “para saber de fútbol primero hay que saber de futbolistas”.
Fotografía encontrada en internet. Crédito a quién corresponda