El poder, la masa y el odio

El poder requiere del entretenimiento como herramienta para narcotizar a la masa. Lo que en Roma fue el círculo romano hoy es el fútbol. Nada ha cambiado.

El poder lo tiene todo. Quienes creen que la fuerza de este reside en el dinero no hacen más que pegarse tiros en los pies. El poder determina roles, oficios y relaciones; todo aquello que en apariencia funciona, lo que en muchos casos no hace más que separarnos, es lo que sostiene al poder.

Aquellos grupos resultantes de estas divisiones tienen como muy propio la aspiración a imponerse a quienes ahora son sus rivales, sus enemigos. Mientras unos y otros combaten por un par de centímetros más, el poder se sostiene y crece. Los griegos inventaron la fórmula de “divide y reinarás”(διαίρει καὶ βασίλευε); nosotros, los habitantes actuales de esta tierra, apenas si nos enteramos de la vigencia de aquel mandato.

El poder, ya se ha dicho, requiere del entretenimiento para que la masa desatienda sus necesidades básicas. Gracias a los efectos del entretenimiento, y vaya si el fútbol encarna todo lo que este es, el hombre-masa aparca su inconformidad para con la autoridad y la redirige hacia quienes ahora le representan. Futbolistas, entrenadores y dirigentes, esos son los nuevos blancos de la furia colectiva. El poder nunca estuvo tan cómodo en su sitio.

Este viejo esquema libera a quienes han fracasado sostenidamente en sus intentos de conducir al rebaño hacia mejores estadios. Los protagonistas del fútbol hacen de escudo protector, de cortina que sostiene su anonimato; las frustraciones y el odio apuntan al perdedor de turno gracias a que lo episódico se fue imponiendo, hasta encontrar en el fútbol su refugio.

El poder conoce las miserias y las aspiraciones del hombre-masa. Por ello ideó hombres funcionales a su causa. Uno de ellos es el “Capitán Disfraz”, el reflejo de los ídolos que requiere la masa actual: el hombre-espectáculo.

Este Frankenstein futbolístico es el oponente perfecto para enfrentar a los Pep Guardiola de turno. Mientras el entrenador catalán representa al deportista que cultiva su cuerpo y su espíritu, el “Capitán Disfraz” es el futbolista que cumple con las exigencias impuestas por el poder para sostener al fútbol-espectáculo en su rol de consolador social. Hablo del hombre-deportista convertido en hombre-espectáculo que renuncia a su condición de ciudadano y que no se interesa en nada que no sea su beneficio personal. Es el perfecto idiota aristotélico: el supremo egoísta, aquel que no estaba interesado más que en su asunto.

Aquello que representa el “Capitán Disfraz”, es decir, la perversión definitiva del hombre que vive en sociedad, se aplaude hasta la veneración porque no pone en riesgo al statu quo. No supone un riesgo ni un ataque al poder: es él quien atrae y convoca a la masa hacia los espacios que el poder sugiere.

Retorno a Guardiola como representante de todo lo opuesto al “Capitán Disfraz”. Su condición de hombre-futbolista no impidió que cultivase su espíritu. Lo hizo según sus necesidades y acorde a sus emociones. A su manera y no según los intereses de quienes mueven los hilos. En el siglo de la información no le debaten sino que le condenan, probablemente porque acusar es una conducta natural de la masa y pensar es un hecho contracultural. Caminar por veredas opuestas no debería ser causa de odio, sin embargo, en los tiempos de la política del espectáculo, basta y sobra.

Kike Marín siempre regresa a unas sabias palabras de Juan Manuel Lillo: “No voy a opinar sobre las opiniones. Eso es lo bonito del fútbol, opinar”. Lillo, otro expulsado por la masa reaccionaria, desnuda con su reflexión las formas cómo el poder, a través del entretenimiento, se hace fuerte y conduce a esa masa a seguir siendo masa: opinar sobre opiniones es un hecho reaccionario, tanto como el espíritu del fútbol actual. Opinar sobre opiniones no requiere más que la exhibición de nuestro costado más primario, ese que nos lleva a defender cómo sea la pequeña parcela que ocupamos.

La grandiosidad del ser humano reside en su capacidad para escuchar, aprehender y debatir planteamientos e ideas. Esto, por supuesto, de la mano de emociones y sensaciones que condicionan tanto como lo anterior, una circunstancia que le hace convivir con el error como ninguna otra especie. Opinar sobre opiniones invalida el proceso antes descrito y lleva a la masa a creer que la feroz defensa de algo que cree correcto se sostiene en la violencia de la misma.

El poder, promotor del fútbol-espectáculo como herramienta narcotizante, nunca antes estuvo tan cómodo en la lucha por sostener su condición. El rechazo de la masa hacia lo distinto, que sigue vigente y se sostiene gracias a la ausencia de mentes claras que inciten algo distinto a la simple pertenencia, cuenta hoy con altavoces más fuertes y más potentes, capaces de contagiar a esa masa de plagas que no acaban con la vida pero sí con el espíritu humano.

Bienvenidos al fútbol-espectáculo. Prepárese para odiar.

P.D: Ahora que se descalifica a Messi como capitán y se le oponen las actuaciones del Capitán Disfraz se hace necesario recordar que este último tiene más expulsiones que el mismísimo demonio y que acumula ya dos ausencias por sanción en la eliminación de su club en la UEFA Champions League. Cosas de la memoria…

Fotografía encontrada en internet y etiquetada para su reutilización