El proceso que vive Jorge Sampaoli al mando de la selección argentina ha sido muy rico para aquellos que observamos los toros desde la barrera. El casildense protagoniza un recorrido que todavía no tiene fin, en el que él mismo, al lado de su selección, buscan una identidad desde la cual construir eso que se conoce como equipo.
En una comparecencia pública de marzo de este año, Sampaoli expuso un concepto propio sobre la utilidad de los sistemas en el fútbol:
Más allá de juzgar la concepción del entrenador, creo que lo más interesante es reconocer que, por primera vez desde que sumó a Juan Manuel Lillo a su grupo de colaboradores en Chile, con vistas a la Copa América de aquel país, Sampaoli renegó públicamente del juego posicional, mejor entendido como juego de ubicación.
Con Lillo como asesor más cualificado (maestro entre maestros), Chile ganó su primer gran trofeo internacional, y Sampaoli sumó reconocimientos como uno de los abanderados de ese estilo.
Pero tanto en su Sevilla como en los pocos partidos que ha tenido al mando de la selección albiceleste, el nativo de Casilda ya había dado muestras de su alejamiento, retornando a sus orígenes, entendido esto como una reconocida predilección por un estilo en el que predominan las transiciones. Pero nunca antes hizo pública esta ruptura con las ideas que una vez promulgó. No quiere decir esto que el entrenador haya dejado de lado su intención de protagonizar los partidos; lo que varía en la hoja de ruta que va diseñando es la relación de su equipo con el balón.
Uno de los condicionantes que influyó en esto que describo fue la (inexplicable) separación de Lillo y su reunión con Sebastián Beccacece, antiguo hombre de confianza del casildense, quien es un reconocido seguidor del estilo de juego que propone Marcelo Bielsa.
Sampaoli, siempre según sus declaraciones, rompe con la totalidad del juego y habla de ataque y defensa. Da la impresión de que los entiende como entes disociados, haciendo énfasis en diferenciar el trabajo defensivo del ofensivo. Puede que este cambio de discurso sea producto de la incertidumbre del momento, o puede que jamás se haya sentido realmente convencido de las virtudes del pensamiento complejo, aunque no hay que descartar que en la búsqueda de una identidad para su equipo, Sampaoli retorne a territorios conocidos que hacen las veces de zona de confort..
Me explico: todo lo expresado es contrario a la concepción del fútbol que tienen Lillo, Pep Guardiola o Marcelo Bielsa. Trataré de explicarlo:
Para comenzar, es pertinente volver a una maravillosa exposición hecha por Thierry Henry, en un canal de televisión británico, sobre cómo jugaba el Barcelona bajo la conducción de Pep Guardiola. No es descabellado asumir, tras escuchar al futbolista francés, que el seleccionador argentino ha firmado la separación, aunque sea de manera momentánea, con las ideas de Lillo y el mismo Guardiola:
Incluso, vale la pena escuchar a Lillo, defensor a ultranza de la complejidad y del holismo, en declaraciones previas a un partido:
En su exposición, Lillo reafirma una de sus máximas: en todos los procesos convivimos con la incertidumbre, pero aún así no hay que desestimar el valor del entrenamiento, de la práctica. Al fin y al cabo, es en ese escenario en el que los futbolistas cultivan sus relaciones, sus comunicaciones y sus interacciones.
Volvamos a las declaraciones de Sampaoli. En aquellos días brillantes al mando de la Universidad de Chile, al igual que en sus primeras apariciones con la selección de aquel país, el argentino fue definido por su cercanía hacia las ideas de Marcelo Bielsa. Pero la declaración de marzo es diametralmente opuesta a uno de los principios de Bielsa:
“Yo soy un obsesivo del ataque. Yo miro videos para atacar, no para defender. ¿Saben cuál es mi trabajo defensivo? `Corremos todos´. El trabajo de recuperación tiene 5 o 6 pautas y chau, se llega al límite. El fútbol ofensivo es infinito, interminable. Por eso es más fácil defender que crear. Correr es una decisión de la voluntad, crear necesita del indispensable requisito del talento”.
Consultado hace menos de un año sobre un posible parecido entre ambos, el ex entrenador del Lille francés dijo que “Yo no cedo en mis ideas y eso no es una virtud, es un defecto. Sampaoli sí cede porque tiene un poder de adaptación que yo no tengo. Eso lo hace mejor que yo, indudablemente“. El elogio, más que un simple formalismo, dejaba en claro que la condición camaleónica del hoy seleccionador argentino es un ítem a tomar en cuenta a la hora de armar el plantel que dirigirá en el mundial. Esa búsqueda de una personalidad propia no tiene fecha definitoria, y por ello, observar el proceso es tan enriquecedor como frustrante.
Todo lo expuesto me hace pensar en que Sampaoli está viviendo un proceso caracterizado por la incertidumbre. Sin laterales de largo recorrido, (“Si Argentina tuviera a Dani Alves y a Marcelo seguro jugaríamos con dos laterales.”) y por ahora con la búsqueda del protagonismo como única certeza, es imposible definir hoy con qué plan afronta el casildense su segundo campeonato mundial, éste con la etiqueta de favorito y al mando del equipo de su país.
Lo expuesto en estas líneas no tiene como propósito cuestionar al argentino, sino recordar que también los entrenadores viven procesos de introspección. Al fin y al cabo, hasta aquellos a quienes señalamos como dueños de verdades y conocimiento indiscutibles, cambian y se renuevan con cada segundo. Deben ser flexibles, deben adaptarse, y quien sabe, si tal como Sampaoli, deban adoptar un perfil camaleónico con tal de ayudar a su equipo a competir de la mejor manera posible. Pero con ideas firmes, porque sin ellas jugar al fútbol es lo mismo que jugarle unas fichas al azar. Con dos partidos preparatorios en el horizonte, el proceso que protagoniza Sampaoli promete seguir siendo muy interesante para los observadores desinteresados.
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