“La táctica de un solo hombre jamás ha ganado un partido, y a menos que los otros miembros del equipo jueguen en unión con él, el partido estará perdido”. Herbert Chapman
Todos vimos la foto. Jugaban Argentina y Chile la final de la Copa América Centenario, y como cada cosa en estos tiempos de redes sociales, la imagen de un Messi intentando zafarse de hasta cinco futbolistas chilenos que lo acosaban directamente, y cuatro más que permanecían atentos, cual baterías antimisiles, a los movimientos del argentino, se hizo mundialmente conocida y comentada.
Se dice que una imagen vale más que mil palabras. No sé si esto sea así, pero vale recordar aquella postal:
Es tan impactante esta fotografía que muchos, influenciados por la potencia de la misma, olvidamos que en ella se puede resumir todo lo que está mal en el fútbol. Me explico: entrenadores, padres, agentes y periodistas hemos contribuido sin rubor a popularizar la gran jugada individual como el elemento diferencial en el juego, bien sea la posibilidad de regatear a varios rivales o la carrera de largo recorrido. Esa ovación a una situación del juego, elevándola hasta el Olimpo, ha traído como consecuencia que los futbolistas, desde muy temprana edad, asuman como propio que hacer jugadas es lo mismo que jugar al fútbol. Y esto no es así.
La imagen a la que hago referencia sirve de ejemplo para comprender la inestabilidad que caracteriza el paso de Lionel Messi por su selección. Salvo por la conducción de Alejandro Sabella, el 10 ha sido ese último recurso al que se aferran los condenados a muerte. Cuando sus compañeros, en medio de un duelo que no saben ni pueden resolver, se la entregan a Messi están haciendo lo mismo que los que esperan en la fila de los acusados: encomendarse a la divinidad.
Pero la divinidad, entendida como la esencia propia de los Dioses, no ha sido probada como algo real. Las religiones requieren de un acto de fe para seducir; el fútbol requiere planes, ideas, flexibilidad, reacción, adaptación, talento y trabajo. También de otras muchas otras cosas más, entre ellas el bendito azar.
De hecho, quienes sostienen que lo más cercano a Dios en el fútbol fue Diego Armando Maradona olvidan, por conveniencia o mala memoria, que hasta el propio “Pelusa” perdió más de lo que ganó. Esta afirmación se sostiene en las estadísticas de su carrera como futbolista, y debería recordarle a los expertos que nadie, por sí solo, vence en un deporte colectivo. Michael Jordan, el atleta más dominante que jamás haya visto, en deportes colectivos claro está, necesitó de la planificación de Phil Jackson, la complicidad de Scottie Pippen y de un colectivo brillante. Realimentación, así lo bautizaron las españolas Natalia Balagué y Carlota Torrents.
Pero a Messi se le exige mucho más. Inexplicablemente, al jugador del FC Barcelona le reclaman que cuando sus diez compañeros lo requieran, sea el plan, el todo, y eso, mi estimado lector es imposible. Pero, además, le piden que conduzca a la normalidad a un seleccionado que hace mucho tiempo tiene en el caos su manera de vida.
La paz nunca ha sido una excepción
La selección argentina se encuentra en estos momentos en el quinto lugar de las eliminatorias Conmebol al mundial de Rusia 2018. A falta de dos partidos, su ubicación la tiene en puestos de repesca, pero es tan comprometida su situación que, de ceder puntos en esta doble jornada, Chile y Perú podrían dejarla sin mundial. Este panorama no es novedoso, pero dada la potencia de los altavoces actuales (redes sociales, programas de radio y TV, blogs, etc.,) pareciera que nunca antes se enfrentaron los argentinos a una realidad tan dura.
El equipo del 86, campeón del mundo, no tuvo un tránsito tranquilo por la Clasificación Conmebol. A las constantes críticas para con el juego de aquella elección -no se olvide que desde el gobierno de Raúl Alfonsín se intentó destituir al entrenador Carlos Salvador Bilardo- se sumaba que hubo que esperar hasta la última jornada de la liguilla para obtener el boleto al mundial de México. De hecho, a falta de nueve minutos para terminar aquel duelo frente a Perú, los argentinos estaban fuera del torneo, hasta que apareció Ricardo Gareca. El “Tigre” marcó el gol del empate y con ello selló la clasificación.
Aquel conjunto de Bilardo tuvo a Maradona como emblema. La primera gran decisión del seleccionador fue hacer a Diego capitán, lo que suponía el relevo de Daniel Passarella, el líder del equipo campeón de 1978. Aun con Maradona como figura imprescindible, la albiceleste sufrió para lograr el boleto mundialista.
Como consecuencia de ganar el torneo mexicano, Argentina no disputó la clasificación a Italia 90, por lo que su retorno al ruedo continental se produjo en la clasificación para USA 94. Tras la derrota ante Alemania, Maradona renunció al combinado nacional, y los años siguientes lo encontraron luchando contra sanciones por dopaje y un bajo nivel competitivo, tanto en el Sevilla como en Newell’s Old Boys.
En aquel entonces, el seleccionado ya era dirigido por Alfio Basile. Su versión albiceleste arrasó en las dos Copa América que enfrentó su ciclo, pero en las eliminatorias, tras la inolvidable goleada de Colombia 0-5 en el Estadio Monumental, Basile, perseguido por las críticas y los fantasmas, se reunió con Maradona y le pidió que volviese a la selección. Maradona aceptó, y con él en el campo, Argentina superó a Australia y obtuvo su boleto a la cita norteamericana.
Vale acotar que en esa serie de repechaje frente al conjunto oceánico no se vio al gran Maradona. Algo normal si se tiene en cuenta que en los últimos años había jugado poco y nada. Existe la leyenda, contada por reconocidos periodistas argentinos, de que Julio Humberto Grondona, presidente de la Asociación de Fútbol Argentino, y mano derecha de Joao Avelange y posteriormente de Joseph Blatter, logró que en ambos duelos no se llevara a cabo el control antidopaje. Esta versión fue alimentada por el propio Maradona, en diálogo con el diario Clarín, en 2011:
Tras disputar el mundial del 94, Maradona se alejó definitivamente de su selección, lo que abrió la puerta a un nuevo ciclo, conducido por Daniel Passarella.
El camino hacia Francia 98 fue mucho más cómodo. En aquella eliminatoria, Conmebol estrenó un novedoso formato de “todos contra todos” que se mantiene hasta la actualidad. Con Passarella al mando, Argentina comandó la clasificación, espantando los fantasmas recientes.
Tras el mundial galo, Marcelo Bielsa se hizo con la conducción del equipo nacional. El rosarino comandó una eliminatoria brillante, en la que su equipo sólo perdió un partido (contra Brasil de visitante), clasificándose al mundial Corea-Japón de 2002 con una facilidad impresionante. El fracaso del equipo en la competición asiática ayudó a que muchos olvidaran el rendimiento de ese equipo, pero la historia enseña que ninguna versión albiceleste apabulló a sus rivales como aquella de Bielsa.
El camino a Alemania 2006 comenzó con el propio Marcelo, hasta que luego de la Copa América de Perú 2004 (segundo detrás de Brasil) y los Juegos Olímpicos de Atenas (medalla de oro inédita para la Argentina), Bielsa se quedó sin fuerzas para mantenerse en el puesto.
Lo sucedió José Pekerman y la albiceleste mantuvo su regularidad, clasificándose segunda, empatada en puntos con Brasil, a la cita teutona. Fue con Pekerman que Messi debutó en las eliminatorias, en 2005, frente a Paraguay. Todavía era un chico tímido, por lo que su explosión en la selección debería esperar un par de años.
Tanto Bielsa como Pekerman abandonaron la selección por los mismos motivos. Desgastados y cansados de tratar con Grondona y las exigencias de sus “socios”, ambos entrenadores prefirieron el descanso. Grondona, ante la posibilidad de quedar expuesto como el gángster que era, recurrió a uno de los suyos: Alfio Basile.
Ganador de todo con Boca Juniors, a Basile lo sedujo la posibilidad de revancha que no tuvo tras USA 94. Pero este ciclo del veterano entrenador ni siquiera llegó al final de las eliminatorias.
A pesar de ser el único seleccionador que logró juntar “en sana convivencia” a Messi con Juan Román Riquelme, y de realizar una Copa América notable, Basile no logró terminar su etapa. En medio de sospechas de traición de parte de Maradona y de algunos jugadores, “Coco” dejó la selección, dejando la puerta abierta para que Diego cumpliera su mayor sueño: dirigir a la albiceleste. Con Basile también se fue Riquelme.
Como se podía suponer, el paso de Diegote por la selección fue tan caótico como ha sido su vida. Argentina clasificó cuarta, pero no fue sino hasta el último partido que consiguió el objetivo.
Las siguientes eliminatorias tendrían a Alejandro Sabella como conductor de la albiceleste. Antes hubo una olvidable Copa América con Sergio Batista, en la que, en casa, Argentina no pasó de los cuartos de final.
El inicio de esta etapa estuvo llena de dudas. Una derrota ante Venezuela, en Puerto La Cruz, parecía condenar al seleccionador, pero en la quinta fecha, tras ir perdiendo 1-0 con Colombia, el equipo dio vuelta al partido en la calurosa Barranquilla, y a partir de allí no bajó la guardia. Nuevamente, como con Bielsa y Passarella, la selección sureña era “el equipo de”, por decir de una manera que ya volvía a ser un equipo y no un conglomerado de individualidades. El segundo puesto en el Mundial fue la prueba del gran trabajo del seleccionador.
Sabella también prefirió alejarse, y con ello llegó Gerardo Martino, quien comenzó las eliminatorias, pero tras quedar segundo en la Copa América de Chile 2015 y la Copa América Centenario 2016, abandonó el cargo en medio de un desorden institucional nunca antes visto. En la clasificación su equipo nunca fue el que dibujaba en sus intenciones y sus discursos.
Su adiós supuso la contratación de Edgardo Bauza, quien apenas tuvo un puñado de encuentros y luego, tras ser destituido, llegó Jorge Sampaoli, quien hasta los momentos no ha cambiado la dinámica errática de su selección.
Este repaso histórico ayuda a comprender que las exigencias a Messi, mientras se le compara con Maradona, son, cuando menos, exageradas. A la Argentina, salvo en los casos de Bielsa, Passarella y Sabella, siempre le ha costado clasificarse. Esto puede que obedezca a factores ajenos a la calidad de sus jugadores, pero esa es harina de otro costal.
La clasificación al mundial es, por lo menos en el caso de Conmebol, una travesía casi insoportable. Los futbolistas que juegan en Europa deben embarcarse en vuelos trasatlánticos, modificar sus horarios de descanso y reencontrarse con viejas costumbres futbolísticas para intentar competir.
El valor de las sociedades
El poco tiempo de trabajo es un monstruo real y bravo. Los seleccionadores nacionales disponen de escasas horas con sus jugadores, y sólo cuando obtienen el boleto al mundial es que pueden entrenar, claro está, tras la agotadora temporada de estos con sus clubes.
Este es el principal escollo en el camino para hacer de una selección un equipo de autor. No en vano son muy pocos los que lo han logrado y sostenido. A los ejemplos de Bielsa, Passarella y Sabella podría agregarse la Brasil de Dunga en 2010, el Chile de Bielsa y el de Sampaoli, así como el Brasil de Tité. El resto de los seleccionados dependen casi exclusivamente de la tranquilidad emocional de sus dirigidos más que de la voluntad de los mismos.
Esa escasez de horas entrenamiento conspira en contra de la construcción de sociedades. Es por ello que mucho se habla de que a Messi hay que rodearlo de jugadores que lo comprendan, lo potencien y se dejen potenciar por el 10. A falta de tiempo se busca forzar la creación de estas interrelaciones con quienes aparentan estar en su nivel. Esa conclusión se sustenta en que los supuestos mejores hacen vida en Europa, un concepto de tiempos anteriores a la “Ley Bosman“, pero que, como consecuencia de ese caso, ya no debería influir tanto. Ah, pero el hombre es un animal de costumbres, y ya se sabe que estas son casi imposibles de desterrar.
Para muchos, Maradona nunca necesitó de la creación de sociedades o del producto de las interrelaciones; para muchos, Maradona jugaba con cualquiera y lo hacía campeón. Semejante argumento constituye una aberración en todo el sentido de la palabra. ¡Es un desprecio por el espíritu del fútbol!
En la selección, Diego tuvo grandes compañeros y socios, y en el Nápoli, club al que llevó a lugares desconocidos, también.No puede olvidarse que las grandes gestas del equipo del sur estuvieron protagonizadas por Maradona, Careca, Alemao, Ciro Ferrara, Salvatore Bagni y Bruno Giordano.
El propio Diego resalta sus calidades en el libro “Yo soy el Diego de la gente”, en el que incluso admite que mientras él pedía la contratación de Sergio Batista, el club apostó por el brasileño Alemao, y vaya si les salió bien la puesta, ya que con él ganaron un Scudetto (1989-1990) y su hasta ahora su único trofeo continental (Copa de la UEFA 1988-1989).
Volviendo a las sociedades, hay que aclarar que estas, si bien nacen de la agrupación de individuos, no son consecuencia exclusiva de la voluntad de quienes pretenden integrarla. Por lo menos en el fútbol no es así. No es lo mismo promover la complicidad entre Messi e Iniesta que entre Messi y Banega. Los resultados serán distintos; mejores o peores, pero diferentes.
Por esto que describo con la simpleza de quien no es experto en nada es que jamás se verá al Messi de Barcelona en Argentina. Pero es que de la misma manera nunca se vio al Maradona del Napoli vestido de albiceleste. Puede que la influencia en el juego haya sido similar -me encantaría que los contables de todo explicaran cómo hacen para cuantificar lo incuantificable- pero nunca fueron similares. El juego no se explica a través de números o estadísticas.
Y aquí volvemos a un punto tocado anteriormente: Messi será tan bueno como aquellos que lo acompañen. Esta es una regla de este juego; el fútbol es una actividad colectiva, y cada muestra que observemos no es más que la consecuencia de una serie de movimientos grupales. El gol de Maradona a los ingleses, el de la jugada inolvidable, no es más que el ejemplo perfecto: Diego se va deshaciendo de rivales mientras que sus compañeros ayudan a abrirle espacios. Fútbol=equipo.
Pero, ¿qué es un equipo? Un equipo es un sistema, y como recuerda Carlota Torrents, citando a Aracil, en su tesis doctoral, un sistema “puede definirse como una entidad compleja formada por partes en interacción mutua, cuya identidad resulta de una adecuada armonía entre sus constituyentes, y dotada de una sustantividad propia que trasciende a la de esas partes“.
¿Recuerdan aquello de que un equipo es más que la suma de sus partes?
Ese enunciado debería llamar la atención de quienes prefieren ignorar lo que con estas líneas he tratado de exponer: Lionel Messi no es el plan. Ningún jugador por sí solo puede serlo. Ninguno en la historia lo ha sido.
Cuando Carlos Peucelle le sugirió a Adolfo Pedernera retrasar su posición en el campo nació “La Máquina de River”. Pero semejante equipo no fue Don Adolfo solo; ese movimiento potenció a Muñoz, Moreno, Loustau, Labruna y hasta al propio Pedernera. Porque todo lo que haga uno condicionará a los otros, de la misma manera que el grupo influenciará en el individuo, llevándolo a producir respuestas que sin ese colectivo no conseguiría.
Esto es fútbol, un deporte de equipo en el que tener al mejor jugador del mundo no garantiza nada. Y aquí es cuando puede medirse el verdadero valor de un entrenador: identificar las fortalezas de su equipo y conseguir que este se haga aun más potente allí donde ya saca ventajas. A Sampaoli debe exigírsele eso, que su equipo juegue como tal, y que no se entregue a la genialidad de Messi como respuesta a lo inesperado.
Si no me cree, recuerde esta explicación de Thierry Henry sobre lo que es la construcción y respeto de una idea de juego, incluso cuando en el equipo se cuenta con el mejor jugador del mundo:
Fotografías cortesía de Agencia AFP, Diario Mundo Deportivo