Venezuela: el plan funcionó a medias

Rafael Dudamel imaginó una clase de partido. Visualizó al rival, urgido por su mala campaña y por la ansiedad de su entrenador, y pensó que aquellos apuros lo llevarían a caer en lo que en el fútbol se conoce como “querer hacer el segundo gol antes que el primero”.

Eso fue Argentina: ansiedad, desesperación y mucho vértigo, el mismo que los expertos y analistas señalan como moderno. La prisa, como nos recordó el partido de ayer, nunca es buena consejera.

El seleccionador venezolano, convencido de la existencia de los demonios que atormentan a la albiceleste, volvió a apostar por una fórmula que, si no siente como propia, bien que lo disimula. Y es que esta selección, salvo contadas execpciones (Jamaica en la Copa Centenario y Bolivia en Maturín), disfruta de las carreras, eso que llaman transiciones. No es nada nuevo; salvo en la etapa de Richard Páez, la Vinotinto es un equipo que encuentra la comodidad replegándose cerca de su propia área para luego, tras la recuperación de la pelota, atacar los espacios que deja un rival con alma ofensiva.

Llegados a este punto siento necesario recordar una vieja reflexión: no me gusta el término transiciones. Una transición, como bien explica su definición, tiene que ver con el paso de un estado a otro, de una fase a otra o de un modo de ser a otro. Creyente como soy de que el fútbol no se puede dividir en ataque y defensa, me cuesta, lo confieso, adaptarme a ese concepto. Por ello prefiero hablar de carreras, sin que esto suponga el desprecio por ese estilo.

El partido comenzó jugándose como lo imaginó Dudamel. Argentina salió a avasallar al equipo vinotinto y sólo Wuilker Fariñez pudo evitar el gol tempranero que acabara con los fantasmas del local. Sin hacer demasiado -Argentina no jugó un buen partido, siendo Ángel Di María su jugador más claro hasta que una lesión lo sacó del terreno- el local llegó al área venezolana, y hasta tres pelotas invadieron el área chica del joven portero. Hasta que Di María se rompió una vez más. Con su salida, Argentina perdió profundidad y movilidad, algo que es recurrente en su tránsito por esta competición y que afecta, no a Lionel Messi, sino a las intenciones colectivas.

Equipo que no se mueve jamás podrá sacar ventajas.

Parece inexplicable como, con muchos buenos futbolistas. se juega tan mal al fútbol. El grueso del periodismo deportivo, en su afán de protagonismo, se ha aferrado al reduccionismo para vender el pescado podrido de que la acumulación de buenos jugadores es suficiente para jugar bien. De ser así, al mejor Barcelona lo hubiese sacado campeón cualquier entrenador, y la historia nos enseña que eso no es así.

Argentina tiene un problema mayor, y es que, a pesar de contar con maravillosos deportistas, a estos les cuesta más y más hacer lo que saben hacer. Es como si cada día se agregara un ladrillo a esa pesada mochila que cargan tras la final del mundial Brasil 2014.

A ese frágil estado de ánimo -la salida de Di María fue el detonante ante Venezuela- debe sumarse la ansiedad que transmite su nuevo entrenador. Lejos de contagiarles seguridad, Jorge Sampaoli, hace visible y palpable desde el banco cualquier gesto de frustración. En un colectivo que se siente perseguido y acusado, el protagonismo del DT conspira contra lo que dice buscar.
Por ello insisto con el partido que pensó el seleccionador venezolano. Más que un tema estratégico, Dudamel olió el temor del rival.

Superados los primeros veinte minutos, supo, a diferencia de su colega, contagiar calma y hasta atrevimiento. El gol de Jhon Murillo es consecuencia del crecimiento de un equipo que con el paso de los minutos fue creyendo. Pero al fútbol se juega con algo más que las emociones, y a Venezuela volvió a fallarle una parte muy importante del plan: entender lo que el juego exige, que en este caso era atacar la ansiedad del rival.

El gol criollo estimularía nuevas respuestas argentinas, pero Dudamel sostuvo su proyecto cuando, por la prisa que atormentaba a los de Sampaoli, era aconsejable darle entrada a algún futbolista distinto a Murillo o a Sergio Córdova. De entrada, ambos tenían una misión muy clara: aprovechar la ausencia de laterales en Argentina para ganar esa zona y luego asociarse con Salomón Rondón. Pero tras el gol del empate, el partido sugería una readaptación, y esta podía generarse con la entrada de jugadores con otras características, con mayor manejo del balón , tales como Rómulo Otero o Yeferson Soteldo.

Estos futbolistas, lejos del concepto de acaparar la pelota, saben identificar cuándo y cómo agredir. Córdova y Murillo son de una naturaleza más vertiginosa, y el partido pedía, al igual que sugería Napoleón Bonaparte antes de una batalla, la pausa necesaria para luego apurarse.

El empate del local, así como el par de posibilidades con las que Argentina pudo llevarse el partido tienen su origen en errores vinotinto, sobre todo a la hora de recuperar la titularidad del balón.

Es llamativo como a la selección venezolana todavía le cuesta ejecutar correctamente la recuperación de la pelota. Es un aspecto en el que poco puede trabajar el seleccionador, teniendo en cuenta que apenas cuenta con horas laborables, por lo que las mejorías se concentran en el tabajo de base y en los clubes.

¿A qué me refiero con la correcta recuperación del balón? Juan Manuel Lillo lo explica con la claridad que lo caracteriza:

 

En ese trascendental aspecto del juego falló el equipo venezolano, y no es atrevido, tras revisar el empate ante Argentina en Mérida, que por ello se perdieron dos posibles victorias ante la albiceleste en un mismo premundial, posibilidad que jamás fue tan probable.

Claro que tampoco debe olvidarse que, por primera vez en la historia, no se cae ante los sureños en un ciclo premundialista, pero estos errores que acá se recuerdan sirven para comprender como, aun en la vorágine que produjo un marcador histórico, el resultado es un enorme impostor que disimula la importancia del juego.

Pues eso, que el juego manda y explica muchas cosas. Y que mientras la banalidad, el amiguismo y la superficialidad tengan tribuna, seguiremos, como desde hace más de veinte años, celebrando circunstancias antes que procesos, empates antes que victorias, y casualidades en vez de causalidades.

Forografía cortesía de http://www.entornointeligente.com