Ametrallar a la razón con fútbol

Vivimos en la época de los excesos, y el fútbol, actividad humana por excelencia, no puede escapar a la realidad. Ya nada de lo que pasa en un campo es simplemente bueno; todo es magnífico, todo es superlativo, siempre y cuando no se detenga la rueda que da de comer a los positivistas del deporte.

Es tal la abundancia que nos hemos convertido en nuevos ricos del fútbol: consumimos, etiquetamos y desechamos; no nos damos tiempo para degustar, saborear y diferenciar cada opción, y como consecuencia, más que en defensores del juego, nos hemos convertido en promotores de la uniformidad, entendida esta como el gran enemigo de la identidad, entendida esta como el conjunto de características que definen a un ser y lo hacen diferente del resto de sus pares.

La identidad nos convierte en criaturas únicas, y, aunque existan elementos que nos acerquen a la creencia de la igualdad, no existe ser vivo que sea exacto a otros. Gracias a estos rasgos particulares e irrepetibles, cualquier acción, cosa o persona debe ser entendida a partir de esa singularidad que menciono, así como las interacciones entre el contexto y esa, según la cual, “la desaparición y sustitución de una idea, que a su vez será negada en su momento por otra que la sustituirá”, hace creer que se piensa en el juego y su evolución, cuando realmente no es así. De este modo nos encontramos con que, impulsados por la insoportable oferta diaria de partidos de fútbol, no se razona; se lanzan frases vacías que se ajustarán a lo que creemos y no a lo que realmente es El filósofo coreano, en su obra “La Sociedad del cansancio“, ofrece una visión sobre esto que intento explicar La violencia de la positividad, que resulta de ‘la superproducción’, ‘el superrendimiento’ o ‘la supercomunicación’, ya no es viral… El agotamiento la fatiga y la asfixia ante la sobre abundancia tampoco son reacciones inmunológicas. Todos ellos consisten en manifestaciones de una violencia neuronal, que no es viral, puesto que no se deriva de ninguna negatividad inmunológica.

Aclaremos rápidamente: al ser un tema neuronal y no inmunológico, esto que aquí señalo tiene que ver directamente con procesos cognitivos, es decir con el pensamiento, la reflexión y la toma de decisiones.

Más adelante, el coreano agrega que “la violencia de la positividad no es privativa, sino saturativa; no es exclusiva sino exhaustiva. Por ello, es inaccesible a una percepción inmediata”. Entendamos que la positividad es un estado de la mente que promueve la observación de todos los acontecimientos de manera agradable, evitando cualquier conflicto entre lo que conviene y lo que es desechable.

A partir de la enorme oferta de partidos de fútbol, el tiempo para pensar y analizar es cada vez menor. La inmediatez de nuestra era ha hecho cierta aquella falacia de que “más es mejor”, por lo que ya no vale una mirada profunda sobre un acontecimiento en particular, sino que hay que estar informado y mostrarse conocedor de todas y cada una de las situaciones, o en este caso partidos, no sea que se nos juzgue de incompetentes.

Allí hace su entrada el positivismo que mencionaba con anterioridad. Empujados por los noticiarios deportivos -que promocionan “bloopers” como actos relevantes para divertir a la audiencia- la crítica ha sucumbido ante la instrucción de que todo tiene que ser bueno, todo tiene que ser positivo. Si un partido carece de emociones, entonces hay que reseñar el buen comportamiento de la gente; si ninguno de los equipos ataca, hay que publicitar supuestos dispositivos defensivos. El fin no es otro que hacerle creer a la gente, esa que no tiene tiempo para pensar y reflexionar porque vive agobiada por la incesante realidad de su existencia, que todo es maravilloso, y que el fútbol, aun cuando se juegue muy mal, es una especie de vía de escape en su asfixiante cotidianidad.

En el camino, el fútbol dejó de ser excepcional para convertirse en rutina, un hábito, igual que pagar los impuestos o ir al supermercado.

Sumergidos en este panorama que describo es mucho más sencillo discriminar, y es que lejos de comprender y promover visiones e ideas diferentes, se estimula la lucha entre lo bueno y lo malo, sin matices ni términos medios. Las redes sociales se han convertido en una trinchera perfecta para defender o atacar según la conveniencia: nos ofende quien no es positivo y nos agrada quién está de nuestro lado

El fútbol, como actividad protagonizada y consumida por seres humanos, no puede escapar de esa realidad, es por ello que cualquier análisis o reflexión que no vaya de la mano del positivismo que antes señalaba, rápidamente será catalogada de traidora, una amenaza a nuestro hermoso mundo positivista. No hay nada más humano que enfrentar buenos y malos, pero el fútbol, digno heredero del circo romano, ha encontrado en estas redes sociales el espacio perfecto para seguir contando historias entre antagonistas.

Permítame volver a referirme a los excesos para explicarme. Son tantos los partidos y tanta la necesidad de hacerse pasar por conocedores -los tiempos en los que “más” supera a “mejor”- que obviamos que esta permanente dinámica de observar y opinar sin tiempo para pensar y hasta aburrirse, ayuda a, como explica Byung-Chul Han en su “Sociedad del cansancio”, producir seres depresivos, agotados y fracasados, que se pelean por estar, por hacerse notar, y no por ser. De allí que sea más importante la cantidad que la calidad de lo observado y lo opinado.

Sin tiempo para masticar cada muestra futbolística que observamos, la mente humana, exhausta y desgastada, se apoya en aparentes rasgos similares de cada partido para afirmar, no solamente que todo está bien, sino que existen innumerables rasgos de afinidad entre cada una de estas exhibiciones. Amparados en ello, e influenciados por ese positivismo que ya forma parte de nuestro ser, nos creemos el cuento de que existen estos atributos, y que además, estos son propuestos y transmitidos, sin importar de que esto sea imposible. Insisto, sin tiempo para pensar no hay reflexión.

Me apoyaré una vez más en Han porque creo que sus palabras ayudan a comprender mejor lo que intento exponer, que no es otra cosa que la saturación y el cansancio destruyen la excepcionalidad de cada partido de fútbol, y nos sumergen en un terreno en el que no vale pensar; se repiten bobadas aparentes hasta convertirlas en directrices de un peligroso pensamiento único, que encuentra su fuerza en la ráfaga de mentiras y partidos que dificultan cualquier intento de rebelión:

Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenecen la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere un entorno en el que sea posible una atención profunda. Éste reemplazada progresivamente por una forma de atención por completo distinta, la hipertensión. Esta atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos. Dada, además, su escasa tolerancia al hastío, tampoco admite que el aburrimiento profundo que sería de cierta importancia para un proceso creativo”.

Sin tiempo, el fútbol, de la misma manera que el ser humano, recorre caminos marcados por la mediocridad y el conformismo. Así lo dictan la mayoría de sus expresiones, al igual que el desprecio por el análisis a favor de la inmediatez.

Columna publicada el 28/02/2017 en El Estímulo

Fotografía cortesía de www.nydailynews.com