Pensemos por un momento en la naturaleza del fútbol: dos equipos, compuestos por once jugadores en el campo cada uno, disputándose un único balón con la intención de hacer un gol más que el rival. No nos detengamos en los gustos ni metodologías; dos equipos enfrentados por una sola pelota.
Esa oposición directa, esa disputa entre dos bandos por un mismo objetivo, hace imposible aquello que muchos señalan como estrategia: “dejo jugar para después aprovechar mis oportunidades”. Un equipo que se ubica cerca de su propio arco con la intención de recuperar el balón en esa zona y aprovechar los espacios que quedan a las espaldas de los contrarios no “deja jugar” a su oponente: lo invita a acercarse a la zona que más le conviene. No se trata de gustos sino de explotar capacidades propias.
¿Por qué los equipos que se enfrentan a Juan Arango se cuidan de cometer faltas cerca de su área? Porque aceptan que la presencia del zurdo aumenta las probabilidades de que una jugada a balón parado se convierta en una opción clara de gol. Eso parece estar claro en la mente de quienes dicen analizar el fútbol, pero, sorpresivamente, el concepto no es trasladado a otras facetas del juego, sino que rápidamente es olvidado.
Otra cosa es que existan equipos que no protagonicen entrenamientos de calidad, y ante la superioridad del rival, hagan lo que cualquier organismo vivo haría ante un ataque: replegarse en búsqueda de una huida. Un ratón, enfrentado a la posibilidad de ser agredido, retrocederá y buscará la manera de contrarrestar esa agresión con un furioso arranque en dirección contraria al avance de su agresor.
Son dos cosas muy distintas identificar y aprovechar las distintas situaciones que se producen en un partido a ceder al rival todo el protagonismo. Los primeros son equipos que intentan desarrollar una estrategia; los otros, como explico Juan Manuel Lillo, “no necesitan jugadores, sino un milagro”.
Volviendo al caso de Arango, no hay que olvidar un detalle que habla mucho de lo que realmente pasa en el fútbol: a pesar del reconocimiento de los rivales, el de Maracay siempre dispuso, en los distintos equipos en los que jugó, de muchas ocasiones para hacer daño de tiro libre. Porque aun cuando se planifiquen conductas, este juego es protagonizado por seres humanos, que se mueven y piensan, que reaccionan y se adaptan. Ya lo dijo Carlos Peucelle:
“El fútbol es arte de ejercitación de imprevistos, donde lo planificado muere apenas surge el primer individuo que ensaye un engaño con la pelota o con el cuerpo. Lo imprevisto no admite planificaciones que no sean el imprevisto mismo”.
Mientras más pensemos el juego menos tiempo consumiremos repitiendo frases hechas que nada tienen que ver con el fútbol.
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