Me ordeno a través del pase, dicen los expertos, olvidando que aquella no es una conducta que tenga como único objetivo la consecución de ese ordenamiento posicional.
Orden y equilibrio aparecen en el vocabulario futbolístico con la intención de explicar, o mejor dicho, convencer a la audiencia de que es posible mantenerlos dentro de la dinámica del juego, y los señala además, cual criminales en una fila de identificación, como los causantes de un resultado.
Lo primero que hay que aceptar es que el fútbol es caos: juego para producir cuotas de desorden en el rival, que a la vez se traduce en espacios, y aprovecharlos con la intención de anotar más goles que el contrario. Entonces, juego para superar a un adversario y esto sólo es posible utilizando el engaño como arma principal: amago ir por acá cuando en realidad voy por allá.
Ese caos que intento generar nace de un ordenamiento inicial, el cual podemos señalar como estrategia. Voy a hacer esto para producir aquello. Es fútbol, es vida. Pero una vez que genero lo que inicialmente buscaba, convivo con miles de factores que nada tienen que ver con ese orden o ese equilibrio que tanto señalan.
Es muy sencillo de explicar, aún para alguien como quien escribe estas líneas. Si mi idea es atacar las bandas para ensanchar y alargar el campo y así aprovechar los espacios libres que se generen tras esos movimientos, es muy probable que no consiga mi objetivo tal cual lo tenía estipulado. ¿Por qué? Porque el rival juega, estorba, es oposición directa y tiene planes y objetivos distintos, aun cuando la meta sea la misma: anotar un gol más.
Hace un mes tuve la oportunidad de observar el entrenamiento de un equipo europeo que marcha en la posición 12 de su campeonato. Aquella sesión fue todo lo contrario a lo que considero debe ser la preparación futbolística. Durante una hora y monedas, el equipo ensayaba la salida del balón desde su propia cancha hasta llegar, producto de varias combinaciones, al área rival. El ejercicio tenía una duración promedio de 30 a 45 segundos, similar al tiempo empleado por los protagonistas para recobrar lentamente el posicionamiento inicial.
Luego de tres repeticiones, los titulares daban paso a los suplentes, algo que se repetía permanentemente. Tres intentos para un grupo y tres para otro. Lo que me sorprendió fue la ausencia de obstáculos o rivales en cada secuencia. Todos los ejercicios eran hechos con la intención de que el futbolista internalizara movimientos, los hiciera propios y así mantener el orden en el próximo partido. ¿Y el rival?
Cuestionado por esa manera de prepararse, uno de los protagonistas confesó aburrirse en aquellas sesiones, pero que no podía insinuar su fastidio, ya que el entrenador insistía en ellas para que los futbolistas fueran capaces de parir su propio equilibrio. Nada más alejado de la verdad. No hay orden ni equilibrio que no tome en cuenta el contexto.
Auxilio en la TGS
La Teoría General de los Sistemas (TGS) acepta al ambiente como un elemento muy importante a considerar, ya que, como explican Marcelo Arnold y Francisco Osorio, “Nunca un sistema puede igualarse con el ambiente y seguir conservando su identidad como sistema. La única posibilidad de relación entre un sistema y su ambiente implica que el primero debe absorber selectivamente aspectos de éste“.
Es decir, ese equipo de fútbol al que hacía referencia, entrenando como lo hace, obvia que su identidad, por más fuerte que sea, será influenciada y “adulterada” por el rival, el campo y miles de factores que conforman eso que conocemos como contexto y que poco o nada tienen que ver con nuestra voluntad.
Revisemos que nos dice Edgar Morín, a través del Pensamiento Ecologizado, según publicación de “La Gazeta de Antropología”, en 1996, en la cual se analiza un trabajo de Morín y Ceruti, del año 1989:
“El pensamiento ecologizado posee un aspecto ‘paradigmático’, pues rompe con el paradigma de la simplificación y disyunción, y requiere complejo de la auto-eco-organización… La auto-eco-organización propia de los seres vivos significa que la organización físico-cósmica del mundo exterior está inscrita en el interior de nuestra propia organización viviente“.
En el mismo trabajo, y para no aburrir a quienes hayan llegado hasta este punto, Morín explica que “la autonomía de lo viviente, concebido como ser auto-eco-organizador, es inseparable de su dependencia“.
Se me hace complicado pensar en equilibrio y orden cuando un ser vivo –todo equipo de fútbol es justamente eso- interactúa con tantos elementos externos, capacitados para modificar a ese organismo hasta convertirlo en un elemento propio de ese ecosistema. Y más difícil aún es imaginar que un equipo que únicamente considera su existencia al momento de establecer una estrategia la consiga.
Todos en algún momento –yo el primero- hemos caído en la tentación de pensar que la estrategia debe ser una, inalterable e indiscutible, y que cuando ésta no se ejecuta correctamente es porque uno de los futbolistas no tomó decisiones correctas. La realidad, pensada desde la complejidad, el pensamiento ecologizado y otras herramientas, no sólo nos muestra que tan equivocados estamos, sino que nos aporta nuevas motivaciones para militar con mayor vehemencia en el camino de la duda y la misma complejidad.
Que cada quien se asuma como lo que es: hijo de la duda o esclavo del reduccionismo.