Que no. Ya lo he dicho una y mil veces: la cara la tengo, pero no se confíe, que no soy tan idiota como usted supone.
Que los aeropuertos hablan, coño, y aunque usted no lo crea, tengo amistades. Peligrosas, sí, sobre todo para usted que habla de mí sin darse cuenta que todo me llega.
También hablan las paredes, coño. Hasta las de los cuartitos en los que se hacen ruedas de prensa. Puede que sea loco, pero mi “locura” no es más que la voluntad de crecer, educarme y equivocarme, mientras la vuestra, pues bueno, ya sabemos todos por que calles desfila su indecisión.
Pero también habla Twitter, coño, y en él están las acusaciones que usted hizo a quien hoy le paga su salario. Eso de acusar de narco y luego cobrar es muy de moralista.
Pero es que hasta las páginas web escuchan, coño. No me diga usted que no se dio cuenta como le volteó la mirada a su “amigo”, compañero de simpatías beisbolísticas, por un puñado de devaluados bolívares. Ah, es que para hacer campañas hay que tener un poquito de inteligencia, y usted, mi estimado bufón, es envidia y reconcomio.
No me sorprende nada. Así como acepto mi ignorancia y me reconozco incapaz, también manifiesto mi intolerancia a estos y otros comportamientos humanos, como la traición, el juego sucio y el tráfico de miserias.
Yo lo reconozco a usted como lo que es: un imbécil con ínfulas. A veces en corbata y otras en pijama; nada cambia, usted es lo que es y yo lo que soy. Todo lo que nos aleja me enaltece y todo lo que nos acerque me lesiona.
Ah, y también hablan los amigos, coño, que son mis amigos y no de usted, aún cuando quiera entrevistarlos para luego romper códigos.
Pero ya le decía, la cara de idiota la tengo, y, como decía el Narigón, mejor seguir pasando por boludo…