Ocho minutos para la historia

En la vida, cada quien adopta y desarrolla su propia manera de actuar. Es imposible soslayar la influencia que tienen nuestros superiores – padres, jefes, guías, etc. – pero al fin y al cabo, y gracias a que el mundo cada vez más rechaza las leyes que justifican la obediencia debida, no hay excusas que maquillen algo tan importante y natural como que cada decisión es propia, intransferible e inexcusable.

Rosa Coba, neuropsicóloga española, explica que “el líder es el gestor de las emociones y el responsable de promover tantas interacciones como sean necesarias para dotar a los jugadores de las mayores y mejores opciones y recursos. Es el encargado de mejorar el potencial. Para ello debe ser, en primer lugar, un buen observador. Posteriormente debe ser un buen evaluador. ¿Por qué? Para, finalmente, ser capaz de llenar de contenido, sentido y realidad el verbo potenciar”. Si nos situamos en nuestro fútbol, podemos concluir rápidamente que tanto Richard Páez como Noel Sanvicente poseen ese perfil, a lo que yo agregaría el calificativo “positivo” para identificarlos correctamente.

El liderazgo implica una capacidad de convocatoria para que un determinado grupo se adhiera a una propuesta, así como también capacidad de convencimiento y de persuasión. En ciertas situaciones, y bajo la amenaza del castigo – volvemos a aquello de la obediencia debida – el líder se impone y toma decisiones. Normalmente, quienes asumen este tipo de conductas son los líderes negativos, aquellos que piensan en su bienestar personal antes que el colectivo y que se sienten tan débiles que prefieren recurrir a la amenaza antes que al convencimiento.

El seis de mayo, el Zulia FC anunció la renuncia de Nino Valencia a la conducción del primer equipo, así como la asunción inmediata de Derwui Martínez, director técnico de la sub20 del equipo petrolero. Con la meta de obtener los puntos necesarios para clasificar al octogonal final e intentar conseguir el pase a la Copa Sudamericana, el nuevo entrenador decidió ir en contra de lo que la profesión de entrenador tiene como principio fundamental – ser un formador – y sacrificó, apoyado en las lagunas de la normativa, el autoestima de dos juveniles.

En apenas ocho minutos, el entrenador decidió que dos futbolistas no eran aptos para buscar el triunfo. Los expuso, los tildó de incapaces y aún así, su equipo no clasificó al octogonal. Algunos dirán que fueron ocho minutos para el olvido, pero yo prefiero que esos ocho minutos queden para la historia y no olvidar jamás a los protagonistas de este triste relato.

Columna publicada en el diario Líder el jueves 15 de Mayo de 2.014