¿Qué haremos, mi estimado lector, el día que abramos los ojos y comprendamos la realidad? Con esto me refiero a la enorme mentira que es el fútbol, ya no el nuestro, sino el fútbol en general. ¿Nos daremos cuenta del papel que usted y yo jugamos en este circo? ¿Tendremos la capacidad para rebelarnos y dejar de lado nuestro triste papel de audiencia sin voz?
Siempre hay quien desayuna en horas no adecuadas, por ello debo aclarar que esta reflexión no va dirigida a jugadores o entrenadores, o mejor dicho, no a una buena parte de ellos. Esto, el fútbol, es un espectáculo mediocre en el que todo es una gran mentira. Hay acusaciones y señalamientos que no llegan a nada a pesar de que la ley ofrece mecanismos para amparar a quien se sienta vejado. Pero no, en el fútbol es más importante aparecer en medios de comunicación, pegar cuatro gritos y generar adhesiones de quienes compran sin saber qué compran. Usted me dirá que así es la política y seguramente tenga razón, pero reitero mi ley de vida: no estoy acá para conformarme con la maldad o la mediocridad.
Volvamos al fútbol. En este deporte existen instituciones como el FC Barcelona, con una impoluta una imagen de defensores de la moral y la justicia labrada a través de la defensa de unos “valores” que luego no son tales. Claro que, como nos enseñan nuestros mayores, entre cielo y tierra no hay nada escondido, y hasta la FIFA debe actuar ante lo que ya no puede ser tapado ni con un ejército de mentirosos. Es de hacer notar que los directivos catalanes, tan idénticos a cualquier otro dirigente de esta actividad, dicen conocer la ley pero su institución, tan particular y única como cualquier otra, se cree merecedora de un salvoconducto que le permita no cumplirla, usted sabe, por aquello de los valores y la educación. Es decir, que eso de la igualdad del hombre ante la ley es sólo para algunos tontos sin poder ni influencia, como usted y yo.
Pero retornemos a lo nuestro. A un campo de batallas en el que todo sirve si la notoriedad lo vale. Insultos, denuncias, recriminaciones, trampas, alineaciones indebidas, arbitrajes mediocres, en fin, todo ello como parte de un plan macabro que hasta ahora se ha cumplido, porque al parecer, a la decencia le dieron vacaciones y nadie se ha encargado de recordarle que debe volver.
¿La mayor mentira? La de siempre: todos somos Vinotinto. Cada quien como mejor le parezca y más le sirva para su negocio. Dinero, fama, seguidores, lamentos y trampas. Hay algunos que son más Vinotinto que otros, así como en esta granja “algunos animales son más iguales que otros”.