Algunos recién descubren el agua tibia…

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“Hay que despojarse de la superstición estudiantil de que el estudio es una penuria. Alguien hace correr entre los estudiantes  – probablemente los maestros – que estudiar es una porquería, que es un veneno que hay que tragarse de golpe”. Alejandro Dolina

A muchos entrenadores de fútbol los acompaña esa intención de privar a la prensa y al público en general del derecho de entender y estudiar el fútbol. Son garantes de una falsa invencibilidad conceptual que los hace sentirse protectores de verdades que no son tales, mostrándose como los únicos capaces de hacer un diagnóstico futbolístico. Desconocen su realidad: son observadores privilegiados en la construcción de posibilidades de victorias de un colectivo y no, como muchos creen, el hilo conductor entre el triunfo y el jugador. Para defender su “divinidad”, los entrenadores y analistas aliados creen haber inventado el agua tibia con aquella frase que dice que no todos los partidos son iguales. ¡Tierra a la vista! Cada día es distinto a otro, cómo no va a serlo cada partido. A pesar de los nombres, cada equipo sufre cambios en cada presentación. El hecho de no poder observarlos no condiciona su existencia.

Pareciera que esa verdad que se aplica a nuestras propias vidas sólo afecta a la Vinotinto. Es tan flaca la defensa al modelo de juego implantado por César Farías que se olvida que las selecciones de Chile, Uruguay o Colombia, por ejemplo, también enfrentan la misma mutación, ¡son organismos vivos! Ahora bien, nadie en su sano juicio puede obviar la importancia del rival a la hora de planificar un partido, pero así como se estudia para neutralizar las intenciones de nuestro contendor, también debe hacerse lo mismo para sacar provecho de las debilidades del contrario. Esa capacidad de adaptación no significa un cambio radical en la idea de juego sino la suma de variantes a la misma, que esta vaya evolucionando según los tiempos del juego y no sólo por las inseguridades de quienes conducen.

Ideas, estudio, reflexión y humildad. Cuatro patas de una mesa que debería ser el soporte de un cambio de ciclo y que hoy, hasta el momento, están todas ausentes.