Ernest Hemingway dijo aquello de que “el hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado“, y cuanta razón tiene el difunto escritor norteamericano. Caer ante Chile significó la apertura de la caja de los truenos y con ello aparecieron las descalificaciones, los señalamientos y hasta una que otra acusación de traición a la patria tan en boga en estos tiempos violentos.
Esos comportamientos no deberían sorprender; este ciclo se ha caracterizado por conductas que se alejan de la tolerancia, marcando como enemigos a todos quienes nos hemos dado a la tarea de recordar que la victoria nos da alegrías pero no nos acerca a la unanimidad. Ganar o perder ha sido la excusa para fomentar la intransigencia, y la noche del martes, luego de la victoria ante Perú, fue sólo la continuación de una función que lejos está de llegar a su fin. No se habla del juego; se buscan enemigos y se reparten papeles en esta triste obra en la que hace rato pesa más la política que el mismo espíritu deportivo
Se perdió ante Chile porque se jugó muy mal al fútbol y peor aún, no hubo respuestas desde el banco. El equipo austral nos dominó con la misma fuerza con la que, cuatro días después, nuestros jugadores sometieron a los peruanos. En fin, que ambas manifestaciones deberían haber sido solamente eso: muestras futbolísticas.
Ahora bien, volviendo al juego, no se puede señalar a un único responsable de un rendimiento o de un resultado. En un deporte colectivo como el balompié, un equipo es un sistema dinámico, y según la teoría del caos, pequeñas variaciones en sus condiciones iniciales pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento futuro. Es decir, un error de marca producirá anarquía como la que se vivió el viernes, o simplemente adelantar al equipo quince metros ocasionará el dominio vinotinto sobre sus rivales peruanos.
Vuelvo a Hemingway y su enorme frase. Nos seria muy útil reflexionar acerca de las causas de la derrota sin adentrarnos en este canibalismo interesado que ya ha hecho rodar “verdades absolutas” que cuestionan la valía de nuestros jugadores o el carácter de los mismos. No nos destruyamos, o si lo vamos a hacer, dejemos antes un legado que le sirva a quienes sean más inteligentes que nosotros para que no cometan los mismos actos de barbarie que nos han definido. Puede que me equivoque y sea cierta aquella expresión de Sartre: “el infierno son los demás”.
Columna publicada en el diario Líder el 12 de Septiembre de 2.013